Aquam

                          Aquam


Autor: Facundo Camps.

Mi nombre es Aquam, soy un pingüino de Magallanes macho y vivo en el sur argentino, bien cerca del Océano Glacial Antártico. Convivo con una gran colonia de mi misma especie, que vive envuelta en una rutina circular: buscar comida, volver, cambiar turno, dormir y otra vez lo mismo. En definitiva, no tengo de qué quejarme excepto de que es muy repetitivo y cansador.

Llevo en esta colonia quince años de experiencia. He visto nacer, crecer y morir a varios de mis compañeros, y nunca logré llegar a ver riñas entre nosotros pero sé que las hay. Tampoco sé por qué se generan. Muchos dicen que es por las hembras. En mi caso, no sucede. Quiero decir, todavía no he logrado encontrar ese amor incondicional al cual pueda otorgarle mis más sinceros sentimientos. Sin embargo, nunca voy a dejar de buscarlo, ya que el hecho de abandonar no se encuentra dentro de mi organismo, pero el no poder hallarlo a veces me deja sin esperanzas.

Cómo conocí a mi compañera…

Esta mañana, como todas las mañanas, fui a buscar alimento para deleitar los paladares de mis compañeros. Estaba muy frío, más de lo habitual. Se acercaba una tormenta, lo pude presentir, pero no por eso dejé de cumplir con mi labor.

Al llegar a la orilla, me zambullí: el agua estaba tan fría que logré sentir un cosquilleo en todo mi cuerpo. Sin embargo, continué nadando y deslizándome por las profundidades. Luego de una hora de búsqueda, vi a un compañero fluir de una manera veloz por el agua, danzando, como queriendo demostrar algo: me acerqué a él para felicitarlo por su desempeño, pero al estar cara a cara me di cuenta de que no era “él”, sino “ella”.

Al ver semejantes movimientos, quedé paralizado como si todas mis emociones giraran cual tornado en mi cabeza, delante de mis ojos. Busqué tener contacto con ella. Mis sentidos me aturdían como para acercarme, así que decidí esperarla en las afueras del agua helada. Salí. Mis músculos estaban tensos pero igual me puse a su lado. Comenzamos una charla, la cual continuaría en la región de abastecimiento. Su nombre es Ieiunium y fue quien logró apartar de mi cabeza todos mis pensamientos comunes. Descolocó mis sentimientos: “¿acaso será ella a quien yo ame?”, pensé. Nos quedamos juntos toda la tarde, compartiendo momentos, disfrutando por primera vez mis acciones, mis deberes, mis andanzas. Nos habíamos separado de la colonia para pasar un tiempo juntos.

Pasó el tiempo y nosotros estábamos acompañados uno del otro, inseparables; más que algo entre compañeros era amor. Una mañana, al volver del océano, ella me dijo que esa misma noche iba a tener un huevo, así que decidí acompañarla en este proceso. Ya había caído el sol, estábamos preparados para recibir a nuestra cría, un momento que jamás pensé que llegaría. Al fin se encontraba entre mis patas, nunca le di calor con tantas ganas a un huevo, nunca se me ocurrió poder compartir algo con alguien que yo quisiese tanto. Mientras des- cansábamos recibimos una alerta, nos acechaba una tormenta, así que nos reunimos todos apretados unos contra otros, de manera abrupta, desesperados por no ser dañados por la tormenta.

Tenía la ambición de salvar a los que ahora eran mi familia, de no separarme nunca jamás de estos que me rodeaban. Pero Ieiunium no aparecía, ya que era quien se había quedado cuidando al huevo. Mi mente se retorcía y no lograba localizarlos porque, de manera violenta, me obligaron a reagruparme.

Mi mayor preocupación…

Al amanecer, lo primero que hice fue ir a buscarla: tardé, pero la encontré. Ella estaba distinta, triste, sollozante; sin palabras corrió sus patas y me mostró el huevo: estaba roto. Ese día no fui a buscar alimento, ella sí. Yo preferí quedarme con el remordimiento de no haber podido conocer mi dulce creación. Ya era tarde, ella no regresó, así que fui a preguntar qué había pasado con el primer grupo que salió a buscar alimento. Me contestaron que nunca volvieron: habían muerto por una especie de contaminación en el océano. Por mi parte, perdí todo lo que me mantenía, todo por lo que había esperado se había ido, se los llevó la fatalidad.

Desperté pensando en cuanta desolación había en la monotonía de mi vida. Me di cuenta de que no iba a quedarme esperando ahí, lo que me llevó a ir al océano en busca de Ieiunium. Llegué a la orilla. Sin pensarlo, me lancé sobre el agua. Algo estaba raro, estaba muy espesa: mis brazos se movían con mucha lentitud, mis ojos ardían, sentía cómo mis capacidades motoras y sensoriales se reducían, me costaba respirar. Comencé a desesperar- me, intenté ir lo más rápido que podía para poder encontrar algo que me ayudara a flotar. Encontré un cilindro metálico al cual me subí. Me sentía enfermo, ahogado, sin poder respirar con fluidez. Levanté mi cabeza y observé más de esos cilindros metálicos envueltos en el agua negra y espesa, también alcancé a observar cómo un barco se alejaba. Sin más fuerzas, apoyé mi cabeza sobre el metal. Ya con mis ojos semicerrados y perdidos, vi que sobre el cilindro figuraba la palabra “petroleum”. Sin saber qué o quién había dejado esto en el mar, me pregunté por qué los que sufriéramos sus consecuencias teníamos que ser nosotros. De pronto, todo se tornó oscuro.

-