EL CONDENADO
Una pareja había venido a una fiesta al pueblo. Esto era una
quebrada; había un río,
así como en Huamanga nosotros tenemos el río Alameda. El
hombre y la mujer tenían qué
estar de regreso en la tarde. La mujer le decía al marido:
“Vamos ya, vamos ya. Nuestros
hijos: deben estar llorando. Vamos ya”. Después, el marido le
dijo a su mujer: “Vamos,
pues”.
Habían viajado medio mareados los dos, pero él estaba bien
borracho. El hombre
iba por el camino “su mujer le seguía con su hijo amarrado
con su qepi, en la espalda. El
hombre volteó y le dijo a la mujer: “No le vas a hacer llorar
al hijo”. Y la mujer le respondió:
“En vano estás hablando. Te haría caso si estuvieras en tu
juicio”.
Cuando estaba yendo, ya tarde, de un momento a otro el marido
se cayó al suelo.
La mujer dijo: “¡Mamá linda! ¡Levántate, levántate!”, y le
jalaba los brazos para despertarlo.
El marido no se movía pero empezó a roncar. El marido roncaba,
kjsss, kjsss. La mujer le
decía: “¡Despiértate, despiértate!”, pero él no se
despertaba. La mujer decía: “¿Qué cosa
voy a hacer?” Y seguía jalándolo para que se despertase, pero
él no hacía caso. Kjsss,
kjsss, seguía roncando el marido. La mujer dijo: “Ya es
tarde, me puede suceder cualquier
cosa”, y seguía jalándolo para despertarlo.
Ya se veía el chuseq y venía un viento frío. La mujer dijo:
“¿Qué voy a hacer? Estaré
a tu lado, mo más. Ya es una hora fea”. Pero el marido no se
movía, no hablaba; sólo
roncaba.
De repente se apareció un alma salvada, toda vestida de
blanco. El alma y la mujer
empezaron a jalar al hombre que estaba dormido, pero no
podían moverlo. El hombre
seguía roncando, kjsss, kjsss. Ya escuchaban venir al
condenado, como a media cuadra
venía el condenado, arrastrando su cadena, challan, challan.
El alma salvada le dijo a la
mujer: “Tú, ponte detrás del camino. Y tu esposo, que se esté
quieto, no más. Ya que no
podemos moverlo, dejémoslo así”.
El condenado llegó, arrastrando su cadena, challan, challan.
Y se lo llevó al hombre,
alma y cuerpo, todo. La mujer no vio cómo se lo había llevado
el condenado a su marido
porque tenía miedo y se había tapado los ojos. Al amanecer,
se estaba yendo ya a su casa,
sin su marido. Y miraba a todas partes y no encontraba a su
marido. Por el camino de arriba
vio, encima de un árbol, sólo la ropa de su marido. Y se veía
también un excremento grande,
de hombre. Pero el hombre no estaba. La mujer lloró y se fue
a su casa. Sola no más con
su hijo regresó. Habrá avisado después a la familia, le
habrán hecho su misa al quinto día,
pues.