EL CERRO CAMPANA
Contaba muy pocos
años, cuando una de aquellas tardes en que la familia, entre una y otra cosa,
hace recaer la conversación sobre temas históricos, leyendas y cosas lejanas
que han ocurrido aquí o allá, que yo escuché una historia, una historia que se
grabó tanto en mi memoria, que nunca pude olvidar y la cual voy a relatar como
yo la escuché entonces: Hace muchísimos años de este suceso y los españoles aún
eran dueños y señores del Perú. En un cerrito de la caleta de Huanchaco
apareció una Virgen. En ese lugar se levantó una capilla. Poco tiempo después,
y cuando ya la Capilla albergaba a la Virgen, muy cerca se encontró una enorme
campana de oro de una belleza divina; llevaba una inscripción que rezaba: «Para
la iglesia de Huanchaco». La noticia se difundió en un momento y llegó hasta
Trujillo. Se trató de averiguar su procedencia; pero vanos fueron los esfuerzos
porque no se supo nada. Se discutió sobre el destino que se debía dar a la
campana; según unos debía quedarse en la capilla de Huanchaco; pero otros
alegaban que no podía quedarse una cosa de 31 tanto valor en una caleta
insignificante; que Trujillo adquiriría mayor atractivo con su catedral
adornada por esa campana; además lo mismo daba que estuviera en una iglesia o
en otra. Aceptándose la segunda opinión, y con mucho trabajo, en el cual
cooperaron muchos hombres, se trasladó la campana hasta la catedral de
Trujillo. Pero si el transporte fue difícil, mucho más costó subirla hasta la
torre y fijarla en las barras donde se debía tañer. Muy cansados y transpirando
a cual mejor bajaron los hombres de la torre para contemplar cuán hermosa se
veía la catedral con su nueva y potente campana. Mas el espectáculo no duraría;
al día siguiente, y muy temprano, acudieron nuevos curiosos a conocer la
campana; pero cuál sería su sorpresa al contemplar la torre vacía y los
barrotes de la campana rotos. ¡La campana había desaparecido! Un mensajero de
Huanchaco vino a confundirlos más; pues, la campana se hallaba en el lugar
donde la vieron por primera vez. Pero a pesar de este raro suceso, no se
conformaron con que la campana se quedara en Huanchaco. E hicieron los
preparativos para llevarla nuevamente a Trujillo. Esta vez la encontraron muy
pesada y tuvieron que redoblar el esfuerzo y el ingenio para conseguir su propósito.
Con todo, sintieron gran satisfacción al contemplar la campana nuevamente en la
catedral donde por segunda vez la admiraron. Se pusieron guardianes para evitar
que se repitiera el suceso que días antes los había asombrado. Pero ¿Qué sucedió? Quizá los guardianes se durmieron; lo cierto es que al día siguiente,
en lugar de la campana, estaban sólo los barrotes rotos. Esta vez no podrían
apoderarse más de la campana; los habitantes de Huanchaco la habían visto pasar
por el aire, en vuelo veloz, y clavarse con gran estruendo en un cerro que
queda cerca de la capilla de esa caleta. Y ahí está y estará; quién sabe hasta
cuándo. A la Virgen de la capilla se le hace una gran fiesta cada cinco años y
se la lleva desde Huanchaco hasta Trujillo. En las vísperas de esa fiesta,
cuentan que a las doce de la noche se oyen los tañidos graves y sonoros de la
campana; y otros dicen que no sólo por esos días sino todos los días a las doce
de la noche se oyen unos toques como si llamaran a misa; que el repique es muy impresionante
y extraño. Esta capilla es notable por su Virgen y porque ahí reposan los
restos del Deán Saavedra. Y además junto a ella se halla el cerro de la
Campana.