Toda esta
masacre comenzó con el hombre
Era un día
soleado, como en aquellos días en los que sentía gozo al salir de la casa en la
mañana. Iba con mi compañero, Galo, mi perro ovejero, siempre a mi lado, listo
para comenzar a pescar y a recolectar frutos.
Temprano, para
tener comida, íbamos al río Mackenzie. Al llegar vi cómo el río había dejado de
ser tan cristalino para volverse oscuro y con algún que otro pez muerto en la
orilla. El río estaba completamente triste y descuidado. Los hombres de la
ciudad habían contaminado el lugar en el que los animales bebían y disfrutaban
de su placentera y refrescante agua.
Con suerte pude
atrapar un pez mediano, lo até junto a una rama que llevaba al costado de mi
hombro y me dirigí hacia el bosque a buscar frutos silvestres. Galo se adelantó
para verificar el perímetro, creo. Lo perdí de vista. Comencé a buscarlo cuando
oí un gemido de dolor. Me acerqué corriendo hacia él lo más rápido posible.
Cuando estuve junto a él, me agaché y vi que tenía la pata agarrada en una
trampa para cazar osos. Sin pensarlo dos veces, se la saqué, lo cargué y lo
arropé como a un bebé, en mis brazos.
Todo iba cambiando
Sentía mucha
impotencia por todos los hombres que lastimaban la naturaleza quitándole poco a
poco su vida. Decidí volver a la casa a curar la herida de Galo antes de que se
le infectara.
Al llegar a la
casa, lo recosté sobre mi cama y tiré las cosas que traía. Busqué las cobijas y
algunas almohadas y las dejé frente a la chimenea, donde estaba el cálido
fuego. Tomé a Galo y lo recosté en las mantas. Fui a buscar algunas vendas,
alcohol y gasas para limpiarle la herida. Luego de terminar de curarlo y de
vendarlo, con algún que otro quejido de su parte, me senté en mi silla a su
lado y comencé a cantarle una canción de cuna que había aprendido de mi madre
para tranquilizarlo y que se durmiera.
Meses después de
aquel incidente, Galo poco a poco se había recuperado, pero caminaba cojeando
con su pata. Con Galo herido, y queriendo que se repusiera, me iba temprano por
la mañana a buscar algo de comida para los dos. Día tras día, todo a mi
alrededor cambiaba los bosques ya casi no existían, los ríos estaban cada vez
más contaminados y los animales morían, y me preguntaba qué iba a pasar con
nosotros…
Luego de varios
años, Galo murió de viejo. Vivimos veinte años juntos hasta que Dios lo mandó a
llamar. Nunca me sentí tan solo en mis ochenta y siete años. Todo a mi
alrededor había cambiado, para mal.
Esta es la
historia de cómo el mundo cambió —porque no fue solo a mi alrededor—, de cómo
el hombre lo destrozó todo a su paso, con los años.