Toda esta masacre comenzó con el hombre

Toda esta masacre comenzó con el hombre


Autora: Florencia Guzmán

Era un día soleado, como en aquellos días en los que sentía gozo al salir de la casa en la mañana. Iba con mi compañero, Galo, mi perro ovejero, siempre a mi lado, listo para comenzar a pescar y a recolectar frutos.

Temprano, para tener comida, íbamos al río Mackenzie. Al llegar vi cómo el río había dejado de ser tan cristalino para volverse oscuro y con algún que otro pez muerto en la orilla. El río estaba completamente triste y descuidado. Los hombres de la ciudad habían contaminado el lugar en el que los animales bebían y disfrutaban de su placentera y refrescante agua.

Con suerte pude atrapar un pez mediano, lo até junto a una rama que llevaba al costado de mi hombro y me dirigí hacia el bosque a buscar frutos silvestres. Galo se adelantó para verificar el perímetro, creo. Lo perdí de vista. Comencé a buscarlo cuando oí un gemido de dolor. Me acerqué corriendo hacia él lo más rápido posible. Cuando estuve junto a él, me agaché y vi que tenía la pata agarrada en una trampa para cazar osos. Sin pensarlo dos veces, se la saqué, lo cargué y lo arropé como a un bebé, en mis brazos.

Todo iba cambiando

Sentía mucha impotencia por todos los hombres que lastimaban la naturaleza quitándole poco a poco su vida. Decidí volver a la casa a curar la herida de Galo antes de que se le infectara.

Al llegar a la casa, lo recosté sobre mi cama y tiré las cosas que traía. Busqué las cobijas y algunas almohadas y las dejé frente a la chimenea, donde estaba el cálido fuego. Tomé a Galo y lo recosté en las mantas. Fui a buscar algunas vendas, alcohol y gasas para limpiarle la herida. Luego de terminar de curarlo y de vendarlo, con algún que otro quejido de su parte, me senté en mi silla a su lado y comencé a cantarle una canción de cuna que había aprendido de mi madre para tranquilizarlo y que se durmiera.

Meses después de aquel incidente, Galo poco a poco se había recuperado, pero caminaba cojeando con su pata. Con Galo herido, y queriendo que se repusiera, me iba temprano por la mañana a buscar algo de comida para los dos. Día tras día, todo a mi alrededor cambiaba los bosques ya casi no existían, los ríos estaban cada vez más contaminados y los animales morían, y me preguntaba qué iba a pasar con nosotros…

Luego de varios años, Galo murió de viejo. Vivimos veinte años juntos hasta que Dios lo mandó a llamar. Nunca me sentí tan solo en mis ochenta y siete años. Todo a mi alrededor había cambiado, para mal.

Esta es la historia de cómo el mundo cambió —porque no fue solo a mi alrededor—, de cómo el hombre lo destrozó todo a su paso, con los años.

 

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