EL HOMBRE QUE DESAFIÓ EL SOL
(Anónimo)
En el pueblo de Sama Grande, en Tacna, había un hombre que
se jactaba de ser invencible en juegos de azar, y alardeaba de que todavía no
había nacido sobre la tierra una persona que pudiera ganarle. Y de veras,
jugando a las damas y a las cartas
ninguno de sus paisanos ni gente de los pueblos vecinos podía vencerlo.
Un día llegó, no se
sabía de donde, un arriero que desafió al sameño a medirse con él. Y como hubo
aceptación de parte del retado, se dio inicio al juego ante la expectación
general.
Partida tras partida, el sameño fue despojando al hombre de
sus mulas, su carga hasta de sus dientes de oro.
El resultado
sorprendente
Cuando ya iba a dejarlo desnudo jugándole sus ropas, el
arriero, agudizando su ingenio, empezó, de manera increíble, a voltearle el
juego y, en poco tiempo, recuperó todas sus pertenencias. Los observadores no
salían de su asombro. Después, en sucesivas partidas, le ganó al sameño todo su
dinero, sus pequeñas propiedades y las demás cosas que poseía.
Este no tenía ya qué jugar para intentar recuperar algo de
lo que había perdido.
La gran apueta
Entonces el forastero, que no era otro que el mismo Supay,
el demonio, le pidió que apostara su alma. El otro aceptó. Pero volvió a
perder. Esta vez el extraño le hizo una propuesta: le devolviera su alma y
todas sus pertenencias si es que desafiaba al Inti, el dios sol, su enemigo
jurado, y le ganaba sus rayos.
<<Así-pensaba el demonio-, sólo habrá tinieblas y yo
podré reinar y ser dueño del mundo>>.
Y como el sameño estuvo de acuerdo, le enseñó todas sus
tretas para ganarle al Sol.
La preparación para
el juego final
Mas, antes de enfrentarse, le aconsejó al Supay que debía
primero ensayarse jugándole partidas a todo aquel que se le presentara. Y fue
así como el sameño le ganó a un pobre sastre, sus tijeras, su pulsera al
relojero, sus tenazas a un herrero, sus ojos vivos al ratón y sus patas a la
araña.
Feliz de haber ganado tantos trofeos, se los puso en el
cuerpo, y ahora si se sintió preparado para desafiar al Inti. Dirigiéndose a los
cielos, le habló al Sol de esta manera:
-Señor-le dijo-, sé que allí en tu palacio sueles jugar con
tus hijos juegos de azar. ¿Podrías jugar conmigo y ganarme? El sol lo observó
divertido. El que jugaba la suerte al Universo entero, ¿Cómo no iba ganarle a
un simple mortal? Tomando figura humana, bajó el rubio dios. Jugaron varias
partidas en las que el sameño paulatinamente le fue ganando sus rayos. Inti se
alarmó. Caramba, este sameño sí que se las sabía todas. Entonces, poniendo todo
su ingenio, empezó por fin a voltearle el juego.
La jugada final
El sameño, que ya estaba desencantado al darse cuenta que
nunca podría ganarle todos sus rayos al Sol, puesto que prevenían de una fuente
inagotable, decidió hacer trampa. Esto no le gustó al Inti, que optó por
abandonar el juego y elevarse. Conforme iba ascendiendo, iba lanzando con furia
sus rayos hacia el hombre, hasta dejarlo, al cabo de un tiempo, muy colorado y
empequeñecido, con todos su trofeos adheridos al cuerpo; esto es, las tijeras,
el reloj, las tenazas, los ojos vivos del ratón y las patas de araña. Viéndose convertido en un raro y
extraño ser, el sameño, para evitar la muerte, de un salto se lanzó al río y
logró salvarse. Fue así como apareció entonces en Sama Grande, y en el mundo,
el primer camarón del que se tiene noticia.