La sombra
(Hans Christian Andersen)
Un hombre, joven pero muy sabio,
decidió pasar un tiempo en un país cálido, ya que él vivía en una región muy
fría y estaba deseando vivir días más largos
y soleados.
Una vez que llegó al país cálido, en
donde las personas son de color caoba o incluso negras, comprendió que durante
el día apenas se podía hacer vida, ya que el calor era sofocante. En cuanto
el sol se ponía y salían las estrellas, las calles se llenaban de bullicio.
Así que, el sabio, pasaba mucho tiempo
durante el día en su habitación, observando el balcón que tenía enfrente y
jugando con su propia sombra, que evidentemente, se movía al tiempo que él
lo hacía. Cuando él se estiraba, la sombra se alargaba hasta casi tocar el
techo; y cuando él se sentaba, la sombra, cuya luz de las bombillas tenía
detrás, se dirigía hacia delante hasta casi rozar el balcón de hermosas flores
que cada día observaba el extranjero.
El hombre, aburrido de pasar tanto
tiempo allí solo, comenzó a hablar con su propia sombra.
– Ay, si al menos tú pudieras mirar qué
hay dentro de
esa casa…
Al joven sabio le llamaba mucho la
atención ese balcón cuya puerta siempre estaba semi abierta. Las flores eran
delicadas y hermosas y bien cuidadas, pero nunca había conseguido ver a
nadie. ¿Quién viviría allí? Por más que había preguntado,
nadie parecía tener la respuesta. De hecho, a esa vivienda no se podía acceder
de ninguna forma, ya que debajo solo había tiendas y no había ningún portal.
Desde luego, era un misterio…
La extraña aparición del balcón
Una noche, el sabio se había quedado
medio dormido, cuando de pronto, al abrir los ojos, observó una intensa luz que
venía del balcón de enfrente. Al incorporarse y mirar mejor, le pareció ver a
una hermosa mujer resplandeciente. Una inmensa luz lo cubría todo: las
flores, el balcón y la bella y misteriosa
dama. Pero
al intentar acercarse más, la escena desapareció, y el hombre, desesperado, se
dirigió a su sombra, quien rozaba el balcón al tener las luces detrás el sabio,
y le dijo:
– Eh, sombra, ¿por qué no te cuelas en
la casa de enfrente y luego me cuentas qué hay dentro?
Y le hizo una señal para que se
atreviera a ir. Entonces, el hombre se dio la vuelta para irse a dormir, y no
se dio cuenta de que detrás suyo, la sombra se acababa de desligar para irse a
la casa misteriosa.
El hombre sin sombra
A la mañana siguiente, el sabio se dio cuenta
de que ya no tenía sombra. Bajó a la calle y miró atónito a todas
partes. ¡No estaba por ningún lado! Entonces cayó en una honda depresión:
– ¿Cómo voy a regresar a mi país sin
sombra? ¡Se
burlarán de mí!
Los días pasaron, y su sombra no daba
señales por ningún lado, pero al octavo día, comenzó a nacer una sombra nueva.
Al principio era muy pequeña. Sin embargo, al cabo de tres semanas, ya era una sombra
bastante decente.
– Menos mal- dijo entonces el sabio-
Debe ser que la raíz aún la tenía dentro.
El sabio regresó entonces a su país
frío y comenzó
a escribir historias llenas
de sentimientos, que sin embargo, no tenían mucho éxito.
La reaparición de la primera sombra
Pasaron los años y un día, de
repente, alguien llamó a su puerta. Al abrir, se encontró cara a
cara con un hombre delgado, muy elegantemente vestido y con pose de sabio.
– Buenos días- dijo el hombre- Han
pasado muchos años, pero tal vez haciendo memoria, consiga recordarme. Soy su
sombra.
El sabio no podía creerlo: ¡era la
sombra que perdió en el país cálido! Pero… ¡si era humana!
– Sí, sé lo que estará pensando-
continuó hablando ella- Soy humano, tan humano como usted. Una vez que me
indicó el camino y me dio la señal para decirme que ya estaba preparado para
vivir mi propia vida, todo cambió por completo.
– Pero… – dijo dubitativo el sabio-
¿Conseguiste entrar en aquella casa? ¿Qué pasó? ¿Qué viste?
– Sí que lo hice, por supuesto, y lo vi
todo. Absolutamente todo. Pero, ya veo que tiene una sombra nueva. Oh, no me
ofende, por el contrario, me enorgullece pensar que yo ya no soy una sombra.
Sentémonos y le contaré todo.
– Sí, cuénteme, ¿quién vivía en esa
casa?
– En aquella casa, viejo amigo,
vivía… ¡La
poesía!
– ¡La poesía!- repitió el sabio
totalmente deslumbrado.
– Sí, la poesía misma, con toda su
sabiduría, su turbulencia emocional, sus secretos… Lo aprendí todo de ella: lo
que los humanos saben y lo que ignoran, lo que pueden ver con sus ojos y lo que
jamás podrán contemplar. Gracias a ella me hice humano, y luego solo tuve que
conseguir un traje para darme una apariencia más respetable.
– Vaya, pues me alegro mucho de que te
haya ido también. A mí, sin embargo, no me va como a ti… por más que escribo
interesantes historias, no las lee nadie…
La propuesta y el trato final
La sombra hizo como que lo sentía, y
siguió hablando:
– Verás, por ser tú mi antiguo amo,
tengo contigo una honda gratitud. Al fin y al cabo, viví muchos años pegado a
ti y aprendí mucho. Pero tengo un problema: no tengo sombra. Necesito una y he
pensado que tal vez podrías acompañarme.
– ¿Cómo dices?- respondió sorprendido
el sabio.
– Sí, puesto que estamos hechos el uno
para el otro y ahora soy yo el más sabio, creo que podríamos formar un
buen equipo…
– ¡Me estás insultando! ¡Yo no puedo
ser tu sombra! ¡Tú eres la sombra!- dijo entonces enojado el sabio.
– Bien, igual no me expliqué bien, pero
te daré un tiempo para que lo pienses. Y diciendo esto, la sombra se despidió
del sabio.
Al cabo de unos meses, regresó. El
sabio estaba realmente hundido y adeudado.
– Veo que las cosas no mejoraron para
ti- le dijo la sombra al sabio-. A mí sin embargo me van mucho mejor. Te veo
desmejorado. Y mira, estaba pensando en ir a un balneario… sería un buen sitio
para que te repusieras un poco. ¿Qué tal si vienes conmigo? Vendrías con todos
los gastos pagados, por supuesto, ya que estarías pegado a mí como una sombra.
Solo tienes que ir a donde yo vaya y colocarte detrás de mí. Y otra cosa: creo
que no estaría bien que me tutearas. Al fin y al cabo, yo sería el señor. Te
ruego que a partir de ahora me llames de usted.
El sabio estaba tan débil, que decidió
aceptar la oferta.
Qué pasó en el balneario
Una vez en el balneario, el
sabio comenzó a actuar como la sombra de su antigua sombra. De forma
discreta, le acompañaba a todas partes. Siempre detrás, tal y como le dijo la
antigua sombra.
En el balneario también pasaba unos
días una princesa que se fijó en la sombra. Un día se acercó a ella y le dijo:
– Yo creo que sé por qué has venido al
balneario… ¡No tienes sombra!
– ¿Cómo qué no?- dijo entonces la
sombra- Sí la tengo, pero como soy especial, mi sombra también lo es. Es casi tan
sabia como yo, y está
allá sentada, esperando a que salga del agua- y la sombra señaló al sabio, que
permanecía sentado cerca de él.
– ¿Tan sabio, dices? No sé- dijo la
princesa- Pues te pondré a prueba.
Y la joven empezó a hacerle
difíciles preguntas. Una de ellas no era capaz de responderla,
pero sabía que su anterior amo seguramente la sabría, así que le dijo a la
princesa:
– Fíjate si es sabia también mi sombra
que contestará esta pregunta por mí.
Y diciendo esto, llamó al sabio y
efectivamente, éste logró acertar la respuesta. La princesa quedó maravillada
por la sombra. Se enamoró hasta el punto de proponerle matrimonio. La sombra no
quiso decir nada a su antiguo amo hasta que viajaron y llegaron al palacio.
Entonces le dijo:
– Verás, mañana me casaré con la
princesa. A partir de ahora serás mi sombra también en el palacio. Podrás vivir
aquí con todos nosotros.
– ¿Cómo dices?- gritó exaltado el
sabio-¿Ser tu sombra para siempre? ¡Claro que no! ¿Estás loco?
– No grites- le dijo la sombra- o
tendré que llamar a los guardias. ¿A quién piensas que creerán?
– ¡No pienso ceder! ¡Yo no soy tu
sombra!
Entonces, la sombra llamó a la guardia
y les dijo:
– ¡Lleven ahora mismo al calabozo a
este hombre!
Los hombres obedecieron órdenes y la
princesa, al ver a su prometido sin sombra, le preguntó:
– ¿Qué pasó? ¿Dónde está tu sombra?
– Ay… se volvió loca… ¡Fíjate que llegó
a decir que en realidad era yo su sombra!
– Pobre…- respondió compasiva la
princesa- ¡Le mandarías apresar!
– Por supuesto- respondió la sombra.
La boda se celebró al día siguiente. La
princesa se casó con la sombra del sabio. El sabio ya nunca más pudo decir
nada. Su sombra le había mandado ejecutar.