LEYENDA DE POMACOCHAS
Tradición oral de
Cajamarca
narrada por Félix Valle
En el
distrito de Pomacochas, su capital Florida, en la provincia de Bongará,
departamento de Amazonas, hay una enorme laguna. Dicen que será aproximada a
unos doce kilómetros; su forma es redonda, con totorales a su alrededor.
Navegan muchas canoas y balsas; el pueblo de ahora está casi a la orilla.
El
pasado oscuro de Pomacochas
En siglos pasados dicen
que era una tribu muy rica, que sus edificios y fortalezas eran todo adornado con
oro y plata, también diamantes y piedras preciosas. Sus habitantes eran
naturales y todos una sola familia, solamente Valles eran sus apellidos. Tenían
un gobernante que ordenaba en ese pueblo.
Pero en ese tiempo
dicen que no había camino como ahora, que tenían solo entrada y salida por
dentro de los cerros, que iban al Cusco y a Kuélap, que visitaban al Inca.
Dicen que a ese pueblo
no iba ninguna persona particular, al menos pobres no penetraban sin permiso
del capazote. Y dicen que tenía el pueblo su luz propia de piedras muy
brillantes que alumbraban a todo el pueblito; sus piletas y grifos de agua eran
todo de oro: querían imitarlo a sus casas del Cuismanco antes de los incas.
Su costumbre era sin
compasión y sin caridad, porque era una sola familia, un solo gremio. Se
alimentaban casi solo de la caza y algunos frutos del campo.
La
ingratitud del pueblo
En aquel tiempo, antes
que se hiciera la hermosa laguna —dicen que conversaba una viejita llamada
Tomasa Valle, que también era de ese pueblito, de la misma familia—, un día,
como a las tres o cuatro de la tarde, pasó un viejito con su perrito por una
calle, se dirigió al centro del pueblo, pidiendo, al que hallaba en sus casas,
comida para su perrito. Y le negaban. Le decían:
—¡No hay para ti y qué
será para tu perro más feo que vos!
Entonces ya se acercaba
al centro, donde era más bonito el pueblo y le prohibieron los que vigilaban,
porque para ahí no ingresaba ninguna persona particular, y qué sería un viejo
inútil con perro. Entonces se regresó por la misma calle, y la señora que
cuenta ya lo había visto pasar, pero no había hablado con ella. Entonces ya era
más tarde, medio se hizo oscuro. Y llega a la señora y dice:
—¿Algo tiene de
comidita que me venda para mí y mi perrito?
La señora no tenía
nada, solo una gallina. Y le dice:
—Ahora no tengo nada,
pero tengo esta gallinita. Lo pelaré al momento, espere un ratito… El viejito
le dijo:
—Ya va a
llover en este momento.
La vieja tenía bien
arriba su choza, sus animales medio lejos. El viejito le dijo:
—Agarra la gallina y
ándate a matarlo arriba en tu choza, porque ahorita llueve y se tapa este
pueblo maldito. Te vas sin mirar atrás, llegas a tu choza, pelas la gallina y
las plumas no lo botes; la carne la metes en tu olla y me verás en la mañana
por allí. No lo prepares para ahora. Pero rápido ándate arriba, ya se va a
derramar la lluvia. En la mañana, antes de mirar la gallina que has pelado, ni
mirar la casa de tu pueblo, mudas tus animales y haces tu caldo de otra cosa,
no de la gallina. Tomando tu caldo sales de tu choza, miras tu pueblo cómo ha
amanecido y te vuelves adentro a tu choza, miras las plumas y tu olla con la
gallina. Verás la recompensa de los que no saben hacer caridad. Yo en ese
momento llegaré para darte tu recompensa.
El
trágico final de Pomacochas
Así se acostó la señora
pensando en lo que le había dicho el viejito. Y siempre oraba al Intiraymi y a
Mamaquilla, que era el sol y la luna.
Antes que amaneciera ya
estaba dispierta. Rezó y se levantó. No miraba a su casa del pueblo. Se fue a
sus animales, igual como le había dicho el viejito. Avanzó en todo para poder
mirar su pueblo. Tomó su caldito y salió de su choza para mirar su casa. Y lo
vio: era una sola laguna que hasta ahora permanece.
Lloró la vieja de pena
y se fue a mirar la olla donde estaba la gallina pelada. Halló una bola de oro
con todo olla. Miró a las plumas y era un montón todito de plata. La vieja no
sabía qué hacerse, porque ella vivía sola, no tenía ni hijos ni criados. En eso
que se estaba acabando la vida apareció el viejito, pero ya sin su perro. Le
dijo que no tuviera pena por su pueblo, que eso pasó porque la gente no tenía
caridad. Le dijo:
—Ahora vos vivirás acá.
Desde tu choza toda esta parte alta es para ti. Yo te lo doy porque yo soy el
dueño, y vos por demostrar tu caridad te has salvado.
Le entregó todo el
fundo de Corobamba. ¡Qué no lo podía andar para conocerlo su terreno! Entonces
el viejito se fue. Ya no quería comer nada.
La vieja se quedó en su
hacienda. Dicen que vivió muchos años y tuvo dos hijos. A uno le dio la parte
alta y al otro la parte baja. Pero la laguna siguió permaneciendo.
El
misterio de la laguna
En esa laguna dicen que
hay una sirena que cuando ya quiere tentar, canta en el canto de la laguna,
pero muy bonito. Pero no lo entienden lo que dice en las canciones. Dicen que
una vez se hundió una canoa con cazadores de peces; eran de familia rica. De
eso no hace más de veinte años. Y solicitaron buenos nadadores para buscarlos.
Vinieron de Holanda y de Alemania, pero no hallaron los cadáveres, solo
hallaban rocas de oro. Que la laguna es muy profunda, que tiene brazos por
dentro de la tierra.