EL ESCRITOR Y SUS PADRES
Autor: Paulo Coelho
Cuando tenía quince años, le dije a mi madre:
-He descubierto mi vocación: quiero
ser escritor.
-Hijo
mío -respondió ella, con aire triste -tu padre es ingeniero. Es un hombre lógico,
razonable, con una visión precisa del mundo. ¿Tú sabes lo que es ser un
escritor?
-Alguien que escribe libros.
-Tu
tío Haroldo, que es médico, también escribe libros, y ya publicó algunos. Sigue
la facultad de ingeniería y tendrás tiempo para escribir en tus momentos
libres.
-No,
mamá. Yo quiero ser solamente escritor. No un ingeniero que escribe libros.
-¿Pero
tú ya has conocido a algún escritor? ¿Alguna vez viste a algún escritor?
-Nunca.
Solo en fotografías.
-Entonces,
¿cómo quieres ser escritor sin saber bien lo que es eso?
Para
poder responder a mi madre resolví hacer una pesquisa. Y he aquí lo que
descubrí sobre lo que era ser un escritor en el inicio de la década de los
sesenta:
Un escritor siempre usa lentes y no se peina bien. Pasa la mitad de su tiempo
con rabia de todo y la otra mitad deprimido. Vive en bares, discutiendo con
otros escritores, también con lentes y despeinados. Habla difícil. Tiene
siempre ideas fantásticas sobre su próxima novela y detesta la que acabó de
publicar.
Un escritor tiene el deber y la obligación de jamás ser comprendido por su
generación -o nunca llegará a ser considerado un genio, pues está convencido de
que nació en una época en la que la mediocridad impera-. Un escritor siempre
hace varias revisiones y alteraciones en cada frase que escribe. El vocabulario
de un hombre común está compuesto por 3.000 palabras; un verdadero escritor
jamás las utiliza, ya que existen otras 189.000 en el diccionario, y él no es
un hombre común.
Solamente otros escritores comprenden lo que un escritor quiere decir. Aun así,
él detesta secretamente a los otros escritores, ya que están disputando las
mismas plazas que la historia de la literatura deja a lo largo de los siglos.
Entonces, el escritor y sus pares disputan el trofeo del libro más complicado:
será considerado el mejor aquel que consiguió ser el más difícil.
Un escritor entiende de temas cuyos nombres asustan: semiótica, epistemología,
neoconcretismo. Cuando desea impresionar a alguien dice cosas como
"Einstein es burro" o "Tolstoi es un payaso de la
burguesía". Todos se escandalizan, pero comienzan a repetir a otros que la
teoría de la relatividad es errónea y que Tolstoi defendía a los aristócratas
rusos.
Un escritor, para seducir a una mujer, dice:
"Soy escritor", y escribe un poema en una servilleta: funciona
siempre.
A causa de su vasta cultura, un escritor siempre consigue empleo como crítico
literario. Es en este momento cuando él muestra su generosidad, escribiendo
sobre los libros de sus amigos. La mitad de la crítica está
compuesta por citas de autores extranjeros; la
otra mitad son los tales análisis de frases, siempre empleando términos como
"el corte epistemológico" o "la visión integrada en un eje
correspondiente". Quien lee la crítica comenta: "¡Qué hombre tan
culto!" Y no compra el libro porque no sabrá cómo continuar la lectura
cuando aparezca el corte epistemológico.
Un escritor, cuando es convidado a comentar lo que está leyendo en aquel
momento, siempre cita un libro del que nadie oyó hablar.
Solo existe un libro que despierta la admiración unánime del escritor y sus
pares: Ulises, de James Joyce. El escritor nunca habla mal de este libro, pero
cuando alguien le pregunta de qué trata, nunca consigue explicarlo bien,
dejando dudas sobre si realmente lo leyó. Es un absurdo que Ulises jamás sea
reeditado, ya que todos los escritores lo citan como obra maestra; tal vez sea
la estupidez de los editores, dejando pasar la oportunidad de ganar mucho
dinero con un libro que todo el mundo leyó y a todo el mundo gustó.
Provisto de todas estas informaciones, volví a mi madre y le expliqué
exactamente lo que era un escritor. Se quedó un poco sorprendida.
-Es
más fácil ser ingeniero -dijo. -Además, tú no usas lentes.
Pero yo ya iba despeinado, con mi paquete de Gauloises en el bolsillo, una
pieza de teatro debajo del brazo (Límites de la resistencia que, para mi
alegría, el crítico Yan Michalski definió como "el espectáculo más loco
que jamás vi"), estudiando a Hegel y decidido a leer Ulises de cualquier
manera. Hasta el día en que apareció Raúl Seixas, me retiró de la búsqueda de
la inmortalidad y me colocó de nuevo en el camino de las personas comunes.