PROMETEO
El mito de
Prometeo es la síntesis de la lucha hombre-divinidad. Representa una humanidad
activa, industriosa, inteligente y ambiciosa, que trata de igualarse a las
potencias divinas. La siguiente es su historia:
Prometeo no es un dios olímpico: es un
titán (hijo de Japeto y de la ninfa Climene). Su padre pertenecía al grupo de
divinidades que había sido desplazado para dar paso a una nueva generación de
dioses encabezada por Zeus y sus hermanos.
Prometeo ama y protege a la raza humana, de
la que es artífice y creador. Y es, sin duda, más amigo de los hombres que de
los dioses. Pero estos hombres vagan como sonámbulos por el planeta; a tientas
y sin saber sacar partido de toda la riqueza que se les ofrece. Prometeo decide
dar una conciencia a la bella y trágica especie que creara. Pacientemente,
comienza su trabajo de maestro.
Les enseña el funcionamiento de toda la
naturaleza, los instruye en la cura de muchas enfermedades fatales, les dice
cómo interpretar los sueños. Y, para que puedan comprender sus destinos, el
gran sabio los prepara para descifrar los oráculos. Por último, Prometeo les
abre
Pero los hombres temen a los dioses y les
rinden sacrificios. Prometeo advierte que a su ser más preciado solo se le
reserva las peores presas de los animales sacrificados en los templos, en tanto
que a Zeus se le ofrecen los trozos más delicados y sabrosos. La rebelde idea
un plan osado para burlarse del privilegiado dios del Olimpo. Conduce un buey
hasta el altar, lo sacrifica y separa las carnes y los huesos; mete las
primeras en un saco y los segundos en otro. Invoca a Zeus y lo invita a elegir
el saco de su preferencia. El soberano del Olimpo elige los huesos que habían
sido envueltos en grasa perfectamente blanca y limpia, y al verse burlado por
el protector de los hombres, en el colmo de la ira, decide vengarse en estos no
dándoles el don del fuego que tanto podría servirles.
Los hombres estaban obligados a comer los
alimentos crudos y fríos. No podían dar forma a los metales que, conducidos por
Prometeo, habían descubierto en el seno de la Tierra.
Tampoco podían fabricar vasos donde guardar
el agua. Ni calentarse cuando la nieve cubría la faz de la Tierra.
Prometeo se siente afligido, se considera
culpable por haber provocado la cólera a Zeus. Pero a la vez descarga su rencor
contra éste, por haber castigado a los hombres por una burla insignificante.
Pero Prometeo sabe que en el reino de los
dioses hay una gruta sagrada, en ella arde un fuego perenne, origen de todos
los fuegos. Es la fragua de Hefestos, el dios del fuego. El Titán quiebra de un
árbol una larga rama seca, va rápidamente hacia el cielo y la enciende. Con la
llama encendida, alegría de los mortales, vuelve a Tierra. Ahora, los hombres
conocen el secreto del precioso elemento. Poco los diferencia de los dioses.
Envidioso una vez más de la suerte de los
hombres, Zeus cae con toda su furia sobre Prometeo y lo encadena primero a una
columna y después al monte Cáucaso. La orden es cumplida por Hefestos. Después,
envía un águila hambrienta a devorarle el hígado, que se reconstituye siempre.
Durante el día, el águila le arrancaba el
hígado, haciendo que el creador de los hombres se retorciera entre terribles
dolores. Y, por la noche, el órgano se regeneraba para que la agonía continuase
la mañana siguiente.
Fueron treinta años de dolor. Pero Prometeo
no pidió perdón, ni renegó de sus actos. El sufrimiento de éste despertaba
compasión, pero nadie se atrevía a aliviarlo. Un día, Hércules, el hijo de
Zeus, acierta a pasar por allí, flecha al águila y suelta los grilletes de
Prometeo.
Zeus, orgulloso de su hijo, no protesta y
se limita a sonreír complacido. Sin embargo, obliga a Prometeo a llevar siempre
consigo una sortija hecha con el hierro de la cadena que le había atenazado, en
la que estaba engarzada un pedazo de roca de la que había sido prisionero tanto
tiempo.
Y así, durante mucho tiempo, el mito
de Prometeo sería recordado por la humanidad, pues por amor a ésta había osado
temerariamente desafiar la ira de los terribles dioses.